jueves, octubre 03, 2013

SOLEDAD

Según recuerdo, este cuento surgió de un reto; de un listado de 16 frases inconexas, se debía construir un relato más o menos coherente. Lo que no recuerdo es, de las aquí presentadas, cuáles eran las 16 frases.

"Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer (....), saliendo de los portales carcomidos."
Julio Cortázar
Rayuela, Cap. 73.

Naufragando en el estanque de confusión que era su mente y sus recuerdos, el hombre no hace más caso de los dictados de sus neuronas. Más que borracho, estaba cruzado. Caminando por la avenida, mariguano y alcoholizado, a su paso de sublime memoria, es decir; recordaba.
     Desde la cama, a través de la ventana, se veía un columpio solitario, meciéndose; como extrañando a la niña que en antaño en él jugaba. Pero no es de esta fantasma que estas líneas hablan, sino de otra; la que yace sobre el colchón en medio de un charco de sangre.
     La impotencia lo invade, observa la pluma en su mano, dicen que es más poderosa que la espada; el arma homicida. Sus pensamientos, no se dude, son un balón que rebota por la memoria sin control; se ve de nuevo antes, cuando ella aún no era fantasma.
     Él, tal vez antiguo militar, atraviesa su corazón por centésima vez en esta noche y el océano rojo se vierte sobre las sábanas; supernova carmesí y líquida que riega sus raíces y lo hace florecer. Se ríe; su vida es una flor de caca.
     Caminando, cruzado, la llama de nuevo puta y, como en anteriores ocasiones, es mentira. Ignorante bailarina de algún tugurio oscuro, se dejaba llevar por el hombre que en motocicleta la conducía hasta la palmera de Reforma o a cenar, a la luz de una única vela.
     Inocente, se dejaba conducir por el sonido del carburador, como fuego, hasta el cuarto iluminado por la luna, para tenderse sin sueño sobre las sábanas; como salamandra buscando calor. Esa noche sólo encontró la muerte.
     Solitario y de madrugada, el hombre mira por última vez la punta llena de tinta cuando la acerca a sus ojos; en medio del rojo y por propia mano, muere.


Mario Stalin Rodríguez