CONTINUIDADES ROTAS
“Si me preguntáis
de dónde vengo,
tengo que conversar
con cosas rotas”
Pablo Neruda
No
Hay Olvido.
Al hablar de los pueblos precolombinos de
México, permítaseme forzar la metáfora, no se trata de que los árboles no
permitan ver el bosque, sino de creer que el conocimiento de algunos aspectos
de algunos árboles, nos permite conocer la totalidad del bosque.
Obviamente,
no sería posible, en este limitado espacio, abordar a cabalidad los complejos
fenómenos de interacción cultural, prosperidad, decadencia y desaparición de
civilizaciones que van desde el establecimiento de las primeras macroaldeas
agrícolas (hacia el año 3,000 o 3,500 antes de nuestra era), pasando por el
surgimiento de los primeros centros urbanos y hasta la derrota del último gran
imperio a manos de los conquistadores europeos (1521).
Considérese,
también, la dificultad de establecer una línea de tiempo ininterrumpida en el
sentido de una cultura determinada
surgiendo de una anterior y nutriendo, a su vez, a una posterior. Ello en parte
por la enorme variedad de culturas y civilizaciones comprendidas en un
territorio de complicada geografía y, sobre todo, por la desaparición y
contaminación de los restos materiales de estas culturas.
En términos generales, se cree que los
primeros centros urbanos, entendidos estos como aquellos con una población de
entre cientos y miles de personas, con una clara jerarquización social y un
trazo urbano organizado en torno a un centro político-religioso, empezaron a
surgir en distintas partes alrededor del año 1,500 o 1,200 a.C.
No
se trata, como se creyó durante mucho tiempo, de una cultura civilizatoria que
impone sus formas de organización social a un conjunto de pueblos “bárbaros”,
sino probablemente de un proceso de evoluciones convergentes (similares
condiciones, producen similares resultados). Por regla general, estos centros
urbanos se establecen en lugares ricos en recursos naturales y en los cuales
convergían ciertas rutas migratorias de pueblos seminómadas (o de migración de
temporada) o comerciales entre aldeas o macroaldeas previamente existentes. El
cúmulo de condiciones materiales, similares en distintas partes geográficamente
dispersas, facilita el establecimiento de una organización social específica.
Recuérdese, similitud no significa necesariamente interacción.
En
esta lógica, la que por mucho tiempo se creyó la primera gran civilización de
lo que ahora es México, la olmeca, sería únicamente aquella que alcanzó un
cierto grado de hegemonía entre otras muchas que surgen y se desarrollan
paralelamente.
A
la par de los olmecas y sin relación original, pero si posterior, con estos, en
el altiplano central surgen centros urbanos de gran importancia como Cuicuilco,
que probablemente llegó a dominar el comercio en esta región. Y en lo que hoy
es Centroamérica, las primeras ciudades mayas empiezan a edificarse.
No
es posible, de nuevo, establecer fidedignamente las causas de la decadencia y
posterior desaparición de estas primeras grandes civilizaciones. Los Olmecas,
por ejemplo, desaparecen hacia el año 400 o 300 a.C. sin que haya ningún pueblo
que pueda ser considerado su descendiente ni cultural ni lingüísticamente.
En
el altiplano central, es posible que la gran ciudad de Cuicuilco haya sufrido
una lenta decadencia que culmina con su total abandonó hacia el año 100 de
nuestra era (si bien existen registros de su uso como centro ceremonial en
tiempos posteriores) hasta, finalmente, ser sepultada bajo la lava por la
erupción del Xitle en el 400 d.C.
En
la zona maya, siguiendo procesos propios, las primeras grandes ciudades
enfrentan periodos de decadencia y muchas de ellas son abandonadas o
conquistadas por otros pueblos mayenses emergentes.
Se
considera que el final del periodo conocido como Preclásico o Formativo (en
tanto que en éste surgen las primeras civilizaciones propiamente establecidas)
se da hacia el año 150 o 100 a.C. Y es marcado no tanto por la decadencia o
desaparición de las culturas hasta el momento vistas, sino por el surgimiento
de una gran urbe hegemónica en la meseta central; Teotihuacán.
Se desconoce mucho sobre el pueblo que
edificó la ciudad conocida como Teotihuacán, de hecho, el propio nombre (“el
lugar de los dioses”) le es impuesto por los mexicas a las ruinas del sitio
cientos de años después de su abandono.
Se
sabe, principalmente por registros geológicos, que el lugar de su edificación
debió ser un lugar rico en recursos madereros e hídricos (en la actualidad, es
una región semidesértica). Las pruebas de antigüedad muestran que la edificación
de su casco central (propiamente, la zona arqueológica actualmente abierta al
público) debió iniciar hacia el año 100 a.C.
Es
posible que su época de mayor auge se haya dado hacia los primeros siglos de
nuestra era. Los registros arqueológicos muestran un amplio dominio cultural y
comercial de esta ciudad, no sólo en el altiplano central sino en regiones tan
lejanas como Aridoamérica al Norte, o las zonas mixteco-zapoteca y maya.
Se
especula que esto fue facilitado, en buena medida, por el control de los
yacimientos de obsidiana, lo que le permitía a los gobernantes de la ciudad
imponerse comercial o violentamente sobre otros pueblos... Hasta que la ciudad
es abandonada por causas desconocidas, aproximadamente en el año 650 de nuestra
era.
Es
un hecho demostrable que una gran ciudad necesita una gran cantidad de recursos
de diversas índoles y estamos hablando de un centro urbano que llegó a tener
cerca de 200,000 habitantes. Es muy posible que los propios pobladores originales
causaran un desastre ecológico, que devendría en la descertificación de su
entorno y, probablemente, en la creación de las condiciones para la decadencia
y el abandono de la ciudad.
Obviamente
es imposible el saber qué ocurrió a ciencia cierta, pero los restos
arqueológicos muestran que las viviendas de quienes creemos eran la clase noble
de la ciudad, son las que mayor daño presentan. No se trata de deterioro
atribuible al tiempo, sino de uno causado, muy probablemente, por ataques
directos. Es posible que la ciudad haya experimentado un periodo de revuelta
civil, el cual culminó con el asesinato o expulsión de las castas gobernantes y
el abandono de la ciudad por sus pobladores.
Coincidentemente
con estos sucesos, en la ciudad maya de Tikal (en el territorio de la actual
Guatemala) surge una efímera dinastía teotihuacanizante, lo cual habla de que
posiblemente los gobernantes expulsados se hayan ido a refugiar en aquellos
lugares en los cuales tenían aliados.
De
hecho, durante el Clásico los devenires de Teotihuacán y varias ciudades de la
zona maya se encuentran estrechamente ligados, al grado de que la caída de la
urbe del altiplano central podría haber desencadenado los procesos de
decadencia de los grandes centros urbanos mayenses.
La
desaparición de la hegemonía teotihuacana marca el final del periodo Clásico.
No será hasta la llegada de la última gran migración chichimeca, que estas
tierras conocerán una nueva cultura tan fuertemente dominante; el imperio
mexica.
Alejados de los mitos acuñados por los
propios mexicas (Aztlán, el águila y la serpiente, Hutizilopochtli y etcétera),
es posible ubicar su origen en las migraciones chichimeca que iniciaron hacia
el año 900 o 1000 nuestra era y que, en un principio, dieron origen a culturas
como la Tolteca.
La
última gran migración se instala en un islote cedido por el señor de
Azcapotzalco y, hacia el año 1325, funda ahí la ciudad de México Tenochtitlan
(por sus raíces etimológicas; Mexi el
centro del universo, el lugar de Tenoch, su primer gobernante) y no es hasta
cerca de cien años después que, a raíz de la revisión teológica de Tlalcaelel (circa 1420), se alían con las ciudades
Texcoco y Tizayuca para formar la Triple Alianza y derrocar a Azcoptzalco como
ciudad hegemónica en el altiplano central.
Durante
los siguientes cien años, el dominio mexica se extenderá desde Aridoamérica
hasta la zona Maya y de las costas del Golfo a las del Pacífico. Los pueblos
conquistados son obligados a pagar altas tasas tributarias y a entregar a sus
guerreros para los sacrificios rituales.
De
hecho, las prácticas imperialistas de los mexicas facilitan que, a la llegada
de los españoles, estos encuentren aliados entre los pueblos indígenas, como
los Tlaxcaltecas, que ven en los europeos la oportunidad del libarse del yugo
de Tenochtitlán.
En
Agosto de 1521 cae la capital del imperio mexica... Esto no marca, obviamente,
el final de la historia indígena en México, sino el inicio de un periodo de
mestizaje y sincretismo, que marca, en buena medida, los rasgos pluriétnicos y
multiculturales de la identidad nacional de este país.
Obviamente, el anterior no es sino un
esfuerzo de esbozar escasamente los procesos históricos del México
prehispánico. Esfuerzo claramente reduccionista que deja de lado una serie de
matices importantes para entender a cabalidad los devenires de estas culturas,
pero que sirve para dar cuenta de la riqueza y variedad de las civilizaciones
que anteriormente habitaron este territorio.
Mario
Stalin Rodríguez
Asesor Educativo
Museo Nacional de
Antropología
México.
Artículo aparecido en la más reciente edición de la revista OMNIA, de la asociación MENSA-España.
Etiquetas: Académico, La Tira de la Peregrinación, tratado sobre la necedad
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