miércoles, abril 29, 2015

NAVEGANTE NOCTURNO

Digamos que a veces él soñaba.
            No era muy dado a dormir. Insomne crónico, ocupaba las noches entre la escritura y los trazos, distrayéndose (mucho) en internet. Pero, a veces, él soñaba...

Se veía navegando tierra adentro.
            Las montañas se transformaban en olas y marejadas y en él en embarcación, guiándose por estrellas únicas... Será que, independientemente de la hora, navegaba siempre de noche.
            Navegaba, entonces, tierra adentro, hasta encontrar puerto... Y será, tal vez, que es cuando estallaba la tormenta que buscaba.

De pronto las montañas olas y las praderas marejadas, eran piel y vello. Las estrellas lejanas lunares y el puerto tormenta y humedad... Y, tal vez, un sabor salado, un poco metálico.
            Y él, navegante, extendía sus manos barcas a través de la espalda marejada hasta llegar a las crestas de los senos olas. Y su boca navío buscaba otra boca puerto y naufragaba en ella, bañándose del sabor de la lengua tormenta.
            Y las manos buques recorrían la espalda maremoto, hasta llegar a las nalgas tsunami y en ellas entretenerse, sólo un poco más allá de lo necesario, antes de bajar a los muslos tifones.
            Y sólo entonces, cuando las manos buques habían recorrido todo el cuerpo marea y la boca navío naufragaba en el cuello puerto, el mástil encontraba la tormenta y en ella se internaba...

Digamos que, a veces, él soñaba.
            Y digamos, también, que de madrugada, a la distancia, entre sueños, ella sentía un sabor salado entre los labios... Y sonreía.

Mario Stalin Rodríguez

Para ti, porque, lo sabes, eres puerto y tormenta.

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