jueves, enero 29, 2015

La Otra Versión 17 (dos meses después)

Bueno, en realidad, poco más de dos meses después... pero... Bueno, se atravesó la temporada decembrina, así que supongo que algo de justificación tengo... Creo.
En todo caso, en capítulos anteriores...
00, 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, 14, 15 y 16
Y ahora...










Esto, obviamente, continuará después (supongo que por ahí de Marzo)... En vía de mientras, recuérdese, grandes acontecimientos se acercan...

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jueves, enero 22, 2015

CONTINUIDADES ROTAS

“Si me preguntáis de dónde vengo,
tengo que conversar con cosas rotas”
Pablo Neruda
No Hay Olvido.

Al hablar de los pueblos precolombinos de México, permítaseme forzar la metáfora, no se trata de que los árboles no permitan ver el bosque, sino de creer que el conocimiento de algunos aspectos de algunos árboles, nos permite conocer la totalidad del bosque.
            Obviamente, no sería posible, en este limitado espacio, abordar a cabalidad los complejos fenómenos de interacción cultural, prosperidad, decadencia y desaparición de civilizaciones que van desde el establecimiento de las primeras macroaldeas agrícolas (hacia el año 3,000 o 3,500 antes de nuestra era), pasando por el surgimiento de los primeros centros urbanos y hasta la derrota del último gran imperio a manos de los conquistadores europeos (1521).
            Considérese, también, la dificultad de establecer una línea de tiempo ininterrumpida en el sentido de  una cultura determinada surgiendo de una anterior y nutriendo, a su vez, a una posterior. Ello en parte por la enorme variedad de culturas y civilizaciones comprendidas en un territorio de complicada geografía y, sobre todo, por la desaparición y contaminación de los restos materiales de estas culturas.

En términos generales, se cree que los primeros centros urbanos, entendidos estos como aquellos con una población de entre cientos y miles de personas, con una clara jerarquización social y un trazo urbano organizado en torno a un centro político-religioso, empezaron a surgir en distintas partes alrededor del año 1,500 o 1,200 a.C.
            No se trata, como se creyó durante mucho tiempo, de una cultura civilizatoria que impone sus formas de organización social a un conjunto de pueblos “bárbaros”, sino probablemente de un proceso de evoluciones convergentes (similares condiciones, producen similares resultados). Por regla general, estos centros urbanos se establecen en lugares ricos en recursos naturales y en los cuales convergían ciertas rutas migratorias de pueblos seminómadas (o de migración de temporada) o comerciales entre aldeas o macroaldeas previamente existentes. El cúmulo de condiciones materiales, similares en distintas partes geográficamente dispersas, facilita el establecimiento de una organización social específica. Recuérdese, similitud no significa necesariamente interacción.
            En esta lógica, la que por mucho tiempo se creyó la primera gran civilización de lo que ahora es México, la olmeca, sería únicamente aquella que alcanzó un cierto grado de hegemonía entre otras muchas que surgen y se desarrollan paralelamente.
            A la par de los olmecas y sin relación original, pero si posterior, con estos, en el altiplano central surgen centros urbanos de gran importancia como Cuicuilco, que probablemente llegó a dominar el comercio en esta región. Y en lo que hoy es Centroamérica, las primeras ciudades mayas empiezan a edificarse.
            No es posible, de nuevo, establecer fidedignamente las causas de la decadencia y posterior desaparición de estas primeras grandes civilizaciones. Los Olmecas, por ejemplo, desaparecen hacia el año 400 o 300 a.C. sin que haya ningún pueblo que pueda ser considerado su descendiente ni cultural ni lingüísticamente.
            En el altiplano central, es posible que la gran ciudad de Cuicuilco haya sufrido una lenta decadencia que culmina con su total abandonó hacia el año 100 de nuestra era (si bien existen registros de su uso como centro ceremonial en tiempos posteriores) hasta, finalmente, ser sepultada bajo la lava por la erupción del Xitle en el 400 d.C.
            En la zona maya, siguiendo procesos propios, las primeras grandes ciudades enfrentan periodos de decadencia y muchas de ellas son abandonadas o conquistadas por otros pueblos mayenses emergentes.
            Se considera que el final del periodo conocido como Preclásico o Formativo (en tanto que en éste surgen las primeras civilizaciones propiamente establecidas) se da hacia el año 150 o 100 a.C. Y es marcado no tanto por la decadencia o desaparición de las culturas hasta el momento vistas, sino por el surgimiento de una gran urbe hegemónica en la meseta central; Teotihuacán.

Se desconoce mucho sobre el pueblo que edificó la ciudad conocida como Teotihuacán, de hecho, el propio nombre (“el lugar de los dioses”) le es impuesto por los mexicas a las ruinas del sitio cientos de años después de su abandono.
            Se sabe, principalmente por registros geológicos, que el lugar de su edificación debió ser un lugar rico en recursos madereros e hídricos (en la actualidad, es una región semidesértica). Las pruebas de antigüedad muestran que la edificación de su casco central (propiamente, la zona arqueológica actualmente abierta al público) debió iniciar hacia el año 100 a.C.
            Es posible que su época de mayor auge se haya dado hacia los primeros siglos de nuestra era. Los registros arqueológicos muestran un amplio dominio cultural y comercial de esta ciudad, no sólo en el altiplano central sino en regiones tan lejanas como Aridoamérica al Norte, o las zonas mixteco-zapoteca y maya.
            Se especula que esto fue facilitado, en buena medida, por el control de los yacimientos de obsidiana, lo que le permitía a los gobernantes de la ciudad imponerse comercial o violentamente sobre otros pueblos... Hasta que la ciudad es abandonada por causas desconocidas, aproximadamente en el año 650 de nuestra era.
            Es un hecho demostrable que una gran ciudad necesita una gran cantidad de recursos de diversas índoles y estamos hablando de un centro urbano que llegó a tener cerca de 200,000 habitantes. Es muy posible que los propios pobladores originales causaran un desastre ecológico, que devendría en la descertificación de su entorno y, probablemente, en la creación de las condiciones para la decadencia y el abandono de la ciudad.
            Obviamente es imposible el saber qué ocurrió a ciencia cierta, pero los restos arqueológicos muestran que las viviendas de quienes creemos eran la clase noble de la ciudad, son las que mayor daño presentan. No se trata de deterioro atribuible al tiempo, sino de uno causado, muy probablemente, por ataques directos. Es posible que la ciudad haya experimentado un periodo de revuelta civil, el cual culminó con el asesinato o expulsión de las castas gobernantes y el abandono de la ciudad por sus pobladores.
            Coincidentemente con estos sucesos, en la ciudad maya de Tikal (en el territorio de la actual Guatemala) surge una efímera dinastía teotihuacanizante, lo cual habla de que posiblemente los gobernantes expulsados se hayan ido a refugiar en aquellos lugares en los cuales tenían aliados.
            De hecho, durante el Clásico los devenires de Teotihuacán y varias ciudades de la zona maya se encuentran estrechamente ligados, al grado de que la caída de la urbe del altiplano central podría haber desencadenado los procesos de decadencia de los grandes centros urbanos mayenses.
            La desaparición de la hegemonía teotihuacana marca el final del periodo Clásico. No será hasta la llegada de la última gran migración chichimeca, que estas tierras conocerán una nueva cultura tan fuertemente dominante; el imperio mexica.

Alejados de los mitos acuñados por los propios mexicas (Aztlán, el águila y la serpiente, Hutizilopochtli y etcétera), es posible ubicar su origen en las migraciones chichimeca que iniciaron hacia el año 900 o 1000 nuestra era y que, en un principio, dieron origen a culturas como la Tolteca.
            La última gran migración se instala en un islote cedido por el señor de Azcapotzalco y, hacia el año 1325, funda ahí la ciudad de México Tenochtitlan (por sus raíces etimológicas; Mexi el centro del universo, el lugar de Tenoch, su primer gobernante) y no es hasta cerca de cien años después que, a raíz de la revisión teológica de Tlalcaelel (circa 1420), se alían con las ciudades Texcoco y Tizayuca para formar la Triple Alianza y derrocar a Azcoptzalco como ciudad hegemónica en el altiplano central.
            Durante los siguientes cien años, el dominio mexica se extenderá desde Aridoamérica hasta la zona Maya y de las costas del Golfo a las del Pacífico. Los pueblos conquistados son obligados a pagar altas tasas tributarias y a entregar a sus guerreros para los sacrificios rituales.
            De hecho, las prácticas imperialistas de los mexicas facilitan que, a la llegada de los españoles, estos encuentren aliados entre los pueblos indígenas, como los Tlaxcaltecas, que ven en los europeos la oportunidad del libarse del yugo de Tenochtitlán.
            En Agosto de 1521 cae la capital del imperio mexica... Esto no marca, obviamente, el final de la historia indígena en México, sino el inicio de un periodo de mestizaje y sincretismo, que marca, en buena medida, los rasgos pluriétnicos y multiculturales de la identidad nacional de este país.

Obviamente, el anterior no es sino un esfuerzo de esbozar escasamente los procesos históricos del México prehispánico. Esfuerzo claramente reduccionista que deja de lado una serie de matices importantes para entender a cabalidad los devenires de estas culturas, pero que sirve para dar cuenta de la riqueza y variedad de las civilizaciones que anteriormente habitaron este territorio.

Mario Stalin Rodríguez
Asesor Educativo
Museo Nacional de Antropología
México.

Artículo aparecido en la más reciente edición de la revista OMNIA, de la asociación MENSA-España.

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jueves, enero 15, 2015

JE SUIS / JE NE SUIS

Indignos e indignados... E hipócritas

“El hombre es la medida de todas las cosas, dijo el poeta.
El hombre es la medida de todas las cosas... Pequeñas, agregó el bufón”
Joan Manuel Serrat

Enero de 2015, dos hombres fuertemente armados entran a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo en París. A la voz de “Alá es grande”, asesinan a 12 personas; entre ellas, seis de los principales caricaturistas de la publicación.
            Desde un principio, la hipótesis principal es que el atentado obedece a razones religiosas; una venganza por parte de yihaidistas del Estado Islámico por la constante ridiculización que los dibujantes franceses hacían de las figuras del profeta Mahoma y Alá.
            Al margen de teorías propias de novelas de misterio, que ubican al hecho como un atentado de falsa bandera y otras conspiranoías aún más estrafalarias; el escenario más probables es que, efectivamente, los atacantes lo hayan hecho siguiendo un exagerado y erróneo sentido de reivindicación frente a lo que consideraban una ofensa a su religión.
            En todo caso, y a pesar de que la rama yemenita de Al Quaeda se ha atribuido la planeación del atentado, la versión nunca podrá ser confirmada de manera fehaciente, ya que los perpetradores fueron ultimados por la policía francesa poco tiempo después del atentado.
            Y éste no es, ni remotamente, el punto final de esta historia ni la última de sus consecuencias...

Las reacciones evidentes a este hecho no se hicieron esperar.
            Pronto la frase “Je Suis Charlie” (Yo Soy Charlie) se volvió viral, acompañando reivindicaciones a la libertad de expresión y condena a cualquier intento de acallar las voces críticas de la prensa... No fue sólo una frase y no tiene un solo sentido.
            El “Je Suis Charlie” fue aprovechado por el oportunismo de siempre para señalar como únicos culpables a los terroristas, asociando, de paso, a todo lo árabe con lo musulmán y a todo el islam con el terrorismo... Omitiendo, intencionadamente, la larga historia de agravios de occidente hacia las poblaciones árabes que explican el surgimiento y crecimiento del fundamentalismo islámico.
            Lamentablemente, esta posición oportunista no se limita al patético espectáculo de los gobernantes europeos falseando su participación en una manifestación en París. Ya en Francia, Alemania, Inglaterra y España, de momento, se habla de un endurecimiento de las medidas en contra de la migración árabe y africana... Y, probablemente, de mayor control a los medios de comunicación.
            Todo ello, principalmente lo último, enmarcado bajo la bastarda frase de “Je Ne Suis Charlie”...
            Con posicionamientos que bien podrían esperarse de la derecha más recalcitrante, pero que provienen, lamentablemente, de voces tradicionalmente asociadas a la izquierda, se extiende la idea de que, finalmente, la culpa es de las víctimas.
            “Yo no soy Charlie”, dicen; “porque yo no me burlo de la religión de nadie”... “La culpa es de ellos”, dicen; “porque sabían lo que podía pasarles y siguieron publicando lo que publicaban”... Sí, la posición es equiparable a quienes culpan a la mujer violada “porque se viste provocativamente” o al joven golpeado por la policía “porque si sabe lo que puede pasarle, para qué va a las manifestaciones”.
            En el fondo del “Je Ne Suis Charlie” subyace la posición censora que pretende poner límites a la libertad de opinión... Es la misma posición de quienes en España pretende encarcelar a todos aquellos que tomen públicamente una posición medianamente cercana al independentismo vasco, por “apología del terrorismo”... Los mismos que en México pretenden ocultar la cifra real de muertes por la violencia generalizada, para “no dar una imagen desalentadora a los inversionistas”... Los mismos, sí, que lincharon mediáticamente a un triste payaso de televisión por hacer un chiste (malo, además) sobre la tragedia de la guardería ABC.
            Como si la libertad de opinión aplicara sólo a aquellas opiniones que no nos incomodan... Como si no fuera privilegio del bufón señalar cuando los dioses y emperadores van desnudos... Como si señalar la patética desnudez de unos y otros, nos impidiera, además, señalar la hipocresía de quienes adulaban el inexistente vestido, o fijarnos en el patetismo de otros dioses y emperadores.
            Una vertiente del “Je Ne Suis Charlie”, igualmente censora, pretende imponer el silencio por el chantaje; “esta indignación no es real”, dicen; “porque no mencionan a los miles de muertos en Nigeria, Palestina, Iran, Medio Oriente” o cualquier otra región geográfica... Como si la actual indignación nos cegara a la ignominia de estos otros crímenes... Como si intentar entender el por qué y la naturaleza de éste, nos impidiera entender la de los otros.
            En el fondo, la posición es la misma; “ellos se lo buscaron, porque abordaban este tema en vez de otros”, aunque los “otros temas” también hubieran sido abordados y con idéntica sorna por la publicación francesa... Al final, el chantaje también pretende imponer el silencio y parar la indignación, instándonos a aceptar la versión según la cual, el crimen es responsabilidad única de los terroristas islámicos y lo hicieron porque los de Charlie Hebdo se lo buscaron... Así, sin contexto; sin mayor explicación.
            Es decir, al final “Je Ne Suis Charlie” en cualquiera de sus vertientes, está haciendo el trabajo que los perpetradores del atentado querían y que tanto sirve a los poderosos de occidente; acallar al bufón, silenciar a los críticos, para que nadie grite que el emperador va desnudo.

Mario Stalin Rodríguez

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jueves, enero 08, 2015

Conferencia impartida en la RAM de MENSA España, Diciembre de 2014.

Estamos hechos, en buena parte, de nuestra memoria. Esa memoria está hecha, en buena parte, de olvido”.
Jorge Luis Borges
El tiempo

¿De qué y cómo construimos las identidades nacionales?
            No se trata sólo de la respuesta de perogrullo, según la cual es el poder, de acuerdo su variable interés, quien la construye. El papel que el poder ejerce en esto es evidente y, sin embrago, existe una identidad compartida más allá de la visión e intereses de quien ejerce el poder (sea éste del color partidista que sea).
            Debe haber, entonces, un conjunto de características que identifican, entre sí y ante los demás, a los miembros de un colectivo específico. En asuntos nacionales, éstas pueden ser el idioma, determinadas costumbres, algún estilo específico de comida y etcéteras varios... Suena sencillo, tan sencillo que muy probablemente sea falso.
            Porque hay naciones multilingüístas y tan canadiense es un francófono como un angloparlante. La gastronomía de una nación es rica y variada por condiciones geográficas y de disponibilidad de recursos y tan mexicanos son los platillos del Norte como la sopa de lima de Yucatán. Las costumbres varían de una latitud a otra y el carnaval no se celebra igual en Trento que en Venecia.
            No, la identidad nacional se nutre de características locales, pero no se origina en éstas... La respuesta debe encontrarse en otro lugar, tal vez, en los procesos sociales compartidos. Es decir; la explicación de la identidad nacional se encuentra en la historia y formación de las naciones.
            Y el asunto aquí es que, como sugiere el epígrafe, la historia se compone, principalmente, de olvido... Y, no nos sorprendamos, de aquello que inventamos para llenar los huecos.
            En palabras llanas y sin que medie un juicio moral en esto; construimos nuestra identidad nacional, en buena medida, de mentiras.

Alejados de la fábula de Rousseau, según la cual conformamos una sociedad sobre el mutuo beneficio, es muy probable que, si Marx tenía razón y la historia humana es la historia del conflicto, en el origen del Estado, más que una contrato, haya un despojo; la apropiación, por medio de la fuerza, del fruto del trabajo de otros.
            Y será, tal vez, porque el ser humano es así, que estos otros hayan encontrado una justificación del despojo en una suerte de síndrome de Estocolmo primitivo; “sí, el más fuerte se queda con el fruto de nuestro trabajo, pero a cambio, nos protege de que otros nos despojen de éste”...
            En el origen del Estado hay, entonces, la invención de una justificación claramente falsa que explica, sin embargo, el estadio de las cosas y garantiza su continuidad. No nos sorprenda, en esta lógica, que en la justificación de todo estadio actual, subyagan ideas de igual naturaleza que explican no sólo el presente, sino aquellos fragmentos del pasado que fueron olvidados o, en la mayoría de los casos, borrados.

Tomemos el ejemplo actual de México.
            Su origen como nación es, en términos históricos, bastante reciente; se remonta apenas a unos cuantos siglos (poco más de cinco si se toma desde la conquista española, sólo dos si se considera únicamente su vida independiente). El asunto es que, independientemente de la fecha que se de a su parto (si cuando el surgimiento de la Nueva España o el del Imperio Mexicano), éste fue traumático y marcado por el conflicto.
            Que México es un país multicultural, pluriétnico y multilingüísta es evidente. Que esto es debido a y a pesar de la colonización europea y el proceso de independencia, es incluso un lugar común. Las presencias occidentales e indígenas se viven en el día a día, en la lengua que (con sus variantes regionales) mayoritariamente hablamos y en los idiomas en los que se expresa aproximadamente el 10% de la población. Incluso, en la forma en que buena parte de la población vive la religión católica es marcadamente indígena.
            Sí, la presencia indígena forma parte inherente de nuestra identidad nacional...  Pero no nos engañemos, ésta no se reduce sólo al folclorismo que los organismos oficiales venden como atractivo turístico hacia el exterior; la identidad indígena de México no es, ni mucho menos, los danzantes que vestidos de plumas y taparrabos montan espectáculos para turistas en las plazas e iglesias del país.
            En el mejor de los casos, estas manifestaciones son sólo parte de la herencia precolombina... Y el asunto aquí es, justamente, que ésta es tan grande y compleja que, en realidad, no tenemos muy claro qué de ella es realmente herencia y cual parte la fuimos inventando sobre la marcha.

Hasta tiempos tan recientes como el último cuarto del siglo pasado, la versión comúnmente aceptada (incluso en los ambientes académicos especializados) de nuestra historia era simple y lineal.
            Existió, se decía, una primera gran cultura, los Olmecas, que a partir de su lugar de origen (las costas del golfo de México) llevaron la civilización hacia las zonas del altiplano central y la región maya en lo que hoy es la península de Yucatán y Centroamérica.
            Tras la caída y desaparición de esta primera gran cultura, en el Altiplano central se erigió la primera gran ciudad hegemónica, Teotihuacán, cuya influencia llegó a sentirse en regiones tan distantes como Aridoamérica al Norte y las poblaciones mayas del Sur.
            Tras la caída y desaparición de esta gran ciudad, en el lago de Texcoco se alza el último gran imperio; el Azteca, que logra subyugar a la mayoría de los pueblos contemporáneos, hasta la llegada de los españoles y su superioridad tecnológica...
            Por regla general, además, se entendía a los pueblos indígenas todos, como una especie de místicos sabios que vivían sanamente, en armonía con su entorno y preocupados más por la observación del firmamento que por las pasiones humanas.
            Según esta lógica, el mestizaje habría producido una especie de “raza cósmica”, cuya identidad se definía por la espiritualidad heredada de los pueblos precolombinos y cuyo futuro era recobrar la grandeza de estos.
            Todo lo cual suena estupendamente, pero es, en el mejor de los casos, un cuento de hadas...

Al margen de las lagunas cronológicas que la versión arriba apuntada tiene (algunas de siglos), y obviando el despropósito que es presentar de manera lineal procesos histórico-sociales que involucran a tal cantidad de colectivos culturales tan distintos. Aún así, la versión no resiste el mínimo análisis.
            Más que la existencia una “cultura madre” que expandió su “civilización” hacia otros pueblos, se debe hablar de evoluciones convergentes que, ante condiciones materiales similares, llegaron en tiempos similares a soluciones similares (recuérdese, convergencia no significa necesariamente causalidad).
            Lo cierto es que, tanto en regiones como la mixteca-zapoteca (sierra de lo que hoy es Oaxaca) como en la región maya, existían conglomerados urbanos mucho antes de que se iniciara su contacto cultural y comercial con el pueblo que llamamos olmeca.
            La paráfrasis “que llamamos olmeca” no es gratuita, porque olmeca es, en realidad, el etnónimo de un pueblo muy posterior que ocupó los centros poblacionales y adoratorios de aquellos a quienes conocemos con este nombre. Los constructores originales desaparecieron sin dejar continuidad lingüística o cultural, de ahí que sea imposible conocer el cómo se llamaban a sí mismos, qué lengua hablaban ni cuál era su organización político-cultural.

Cientos de años después, la gran ciudad de Teotihuacán (que, por cierto, tampoco es su nombre original, sino que así fue bautizada por los mexicas, siglos después de su abandono) llegó a su decadencia mucho más por causas internas que por procesos exteriores.
            Es muy probable que los pobladores originales de esta urbe hayan causado un desastre ecológico debido a su gran consumo maderero y a la sobreexplotación agrícola, que probablemente se intentó paliar por el dominio económico y comercial que ejercían sobre otros pueblos, hasta que la situación se hizo insostenible y el pueblo se reveló contras sus gobernantes.
            La ciudad fue abandonada hacia el 650 d.C., dejando atrás su gran centro ceremonial que, por cierto, no representa ni obedece en su trazo a ningún fenómeno astrológico ni cuerpo celestial. Muy probablemente, la intención original de esta construcción haya sido crear montes artificiales que “llamaran” el agua tan necesaria para la subsistencia de una urbe de estas dimensiones.

Finalmente; nunca existió un pueblo llamado “aztecas”. El etnónimo, que hace referencia a la mítica isla de Aztlán, fue acuñado hasta alrededor de 1420 (junto con la creación del mito de la peregrinación) y no se popularizó sino hasta la época colonial, como una forma de reafirmar la identidad indígena frente a la dominación cultural española.
            Los pobladores de la ciudad de Tenochtitlan se llaman a sí mismos “Mexicas”, los habitantes de Mexi, el centro (ombligo) del universo. Y centro fue, por lo menos, del último gran imperio antes de la conquista… Aunque su periodo de hegemonía duró escasos 100 años.
            En realidad, este pueblo desciende de la última gran migración chichimeca. Fundaron su ciudad y adoptaron el etnónimo de “mexicas” como tributarios del reino de Azcapotzalco. Durante su migración y su etapa de sumisión, fueron apropiando y reinterpretando los mitos y la organización social de múltiples pueblos del altiplano central.
            Es, como se sugiere antes, hasta 1420 que a través de una revisión teológica que deviene, entre otras cosas, en la creación el concepto de “guerras floridas” (conquista de otros pueblos para ofrecer a sus guerreros a los dioses), que se rebelan contra la hegemonía de Azcapotzalco y, tras la derrota de esta ciudad, se inicia su periodo imperialista.

Y aquí, tal vez, un punto nodal en todo este asunto.
            Será. Tal vez, que toda identidad nacional se funda en buena medida de mitos y mentiras que inventamos para llenar los huecos de nuestra memoria colectiva... Y será, tal vez, que no hay juicio moral que valga para este fenómeno.
            Los mitos, las mentiras que nosotros mismos nos contamos, nos construyen y justifican a los propios ojos y los ajenos. Decía Oscar Wilde que la civilización humana empezó el día en que un cavernícola que jamás salió de su cueva, contó a los demás el cómo venció el solo al mastodonte.
            En tal lógica, estos mitos y falsedades son, si se me permite el símil, herramientas de la evolución social; un poco como la fuerza, un poco como las balas. Un estado de las cosas puede ser mantenido por fuerzas y balas... Pero fuerza y balas también pueden ser utilizados para cambiarlo.
            Los mitos y falsedades pueden justificar un estadio social, hasta que son sustituidos nuevos mitos y falsedades... O, mejor aún, con la verdad, así es como las sociedades, los Estados, las naciones cambian.


Mario Stalin Rodríguez

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