Ensayo ganador del primer premio en el concurso "Así somos, así pensamos" organizado por el sindicato de trabajadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia...
“Cuando vinieron por los comunistas, guardé
silencio”
Martin Niemöller
Tal vez no hay un momento en el que todo
empezó. Quizá fue sólo un cúmulo de pequeñas cosas que fueron sumándose hasta
que, al final, nos encerramos en nosotros mismos y nos olvidamos de todos los
otros; de quienes en distintos lugares y contextos, son nuestros iguales y
distintos...
Primer momento
Será que el primer indicio de que algo no
marchaba como antes debieron dárnoslos los integrantes de la Coordinadora Nacional
de Trabajadores de la Educación. Los maestros, sí, con quienes convivimos día
sí y día también en museos y zonas arqueológicas.
Con
el anuncio y aprobación de la llamada Reforma Educativa, los maestros de la
CNTE se movilizaron. Ocuparon por meses la plancha del Zócalo de la ciudad de
México, de donde fueron violentamente desalojados entre balas de goma y gases
lacrimógenos...
Y
nosotros, tan nosotros, tan críticos y participativos en un pasado; nosotros,
miramos todo esto desde la comodidad de nuestros centros de trabajo, guardando
silencio.
Y será que hubo un intento, tímido, de
responder... Y acompañamos, unos pocos de nosotros, a los maestros a reinstalar
su protesta en el Monumento a la Revolución. Y colocamos una tímida carpa en
los perímetros del campamento.
Y
unos pocos de nosotros estuvimos ahí el 2 de Octubre cuando la policía del DF
cargó con balas de goma y gases lacrimógenos contra la manifestación de
estudiantes y maestros...
Y
unos pocos de nosotros los vimos correr y ser detenidos... Pero, sobre todo,
desde nuestra tímida carpa y desde la comodidad de nuestros centros de trabajo;
guardamos silencio.
Segundo momento
Y fue entonces que hasta la tímida carpa
desapareció.
Y
llegaron también las otras Reformas Estructurales y las protestas callejeras
fueron menguando y, cada vez más, cada vez con mayor impunidad, eran reprimidas
con balas de goma y gases lacrimógenos...
¿Y
nosotros? Nosotros guardábamos silencio.
Encerrados en nuestros centros de trabajo,
caímos en la autorreferencia y la autofagia.
Sin
mirar el lento asesinato del país, tal vez porque era demasiado, tal vez porque
ya, a estas alturas, estábamos tan ciegos que no nos importaba… Demasiado
centrados en pequeñas batallas mezquinas; “aquel compañero llega tarde”, “ella
quiere cambiarse de departamento”, “este proyecto invade mis atribuciones”,
“este otro no se incluye en mi profesiograma”, “la escuela llegó con 10 minutos
de retraso” y etcétera.
Conflictos
pequeños, sin sentido, interminables. Surgidos más de mezquinas rencillas
personales que de una pretendida “defensa de nuestros derechos laborales y
materia de trabajo”... Y nos confundimos, empezamos a ver en el compañero al
enemigo; quien ostentaba un nombramiento distinto, el que aspiraba por concurso
interno o promoción académica a una plaza de nuestro nivel, quien llegaba desde
afuera, los trabajadores de contrato o de apoyo a confianza...
Todos
eran el enemigo, porque su presencia modificaba aquello a lo que nos habíamos
acostumbrado, trastocaba la comodidad de la rutina y nos obligaba a mirar más
allá de hacer las mismas cosas de la misma forma.
Y
será que las autoridades miraban con buenos ojos todo esto, porque enfrentados
y divididos dejábamos pasar aquello que verdaderamente atentaba contra nuestros
derechos y nos restaba materia de trabajo... Pero no importaba porque “aquel
compañero llega tarde”, “ella quiere cambiarse de departamento”, “este proyecto
invade mis atribuciones”, “este otro no se incluye en mi profesiograma”, “la
escuela llegó con 10 minutos de retraso”...
Y
directores, subdirectores y jefes de departamento escuchaban nuestras quejas,
mientras sonreían complacientes... Y las fomentaban, porque nuestras pequeñas
batallas mezquinas, nos distraían y nos alejaban de nuestros compañeros y de
quienes, en otros contextos y lugares, son distintos e idénticos a nosotros.
Tercer momento
Y vinieron por lo jóvenes.
En
Septiembre de 2014, seis estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, en
Iguala, municipio del estado de Guerrero, fueron asesinados por elementos de la
policía municipal, con la posible complicidad del grupo delictivo conocido como
Guerreros Unidos, a unos pasos de la mirada complaciente del ejército nacional.
43
jóvenes del mismo centro educativo fueron secuestrados esa noche... A la fecha
es imposible saber a ciencia cierta qué pasó con ellos, ya que las autoridades
estatales y federales parecen mucho más interesadas en exculparse y dar un
carpetazo rápido al caso, que en encontrar el paradero de los desaparecidos.
Desde
las primeras horas tras la difusión del hecho a través redes sociales, lo mejor
de la sociedad mexicana; sus jóvenes, salió a la calle a exigir “vivos se los
llevaron, vivos los queremos”...
Y
la exigencia creció en redes sociales y el culpable fue señalado. No el triste
emperadorsito de un triste municipio de un triste estado, no el triste
gobernador de este mismo; todos ellos y el aparato al que pertenecen. “Fue El
Estado”, se gritó en las calles y en las redes sociales.
De
la mano de los jóvenes, indignados por esto y junto a la exitosa experiencia
reciente en el IPN, las universidades se movilizaron y la llama de la justa
rabia siguió creciendo. Por primera en vez en su historia, la Universidad del
Claustro de Sor Juana entro en paro de labores, la Facultad de Ingeniería de la
UNAM aprobó, por primera vez en 48 años, suspender actividades en una votación
con la participación de más 5,000 miembros de su comunidad.
Pronto
no sólo fueron los jóvenes universitarios. Incluso los académicos del Colegio
de México, tan dados a la moderación y el ensimismamiento, se pronunciaron y
sumaron a las protestas. En Paris, Amsterdan, Río de janeiro, Madrid, Barcelona,
Santiago de Chile, Nueva York, Río de la Plata; ahí donde llegaban las redes
sociales, llegaba la rabia. Ahí donde un embajador o un funcionario del
gobierno mexicano se presentara, había voces que le exigían “vivos se los
llevaron, vivos los queremos”; le recriminaban “fue el Estado”.
Incluso
en el espectáculo que históricamente ha marcado la sustracción de la realidad
en México, el fútbol, las voces llegaron. En el partido amistoso de la
selección nacional contra Holanda, entre las porras del Cruz Azul, del León, de
las Chivas y hasta en la del América, el grito era uno; “Vivos se los llevaron,
vivos los queremos. EPN asesino”.
En
todo el territorio nacional, a lo largo del orbe, conforme más y más cuerpos
eran encontrados en fosas clandestinas, conforme más se intentaba desde los
medios desviar la atención; más crecía la indignación y mayores eran las
protestas.
Y
nosotros, tan nosotros, tan críticos, tan comprometidos; nosotros, guardamos
silencio.
El grito inundó las calles, “Vivos se los
llevaron, vivos los queremos”... Y nosotros respondimos “aquel compañero llega
tarde”, “ella quiere cambiarse de departamento”, “este proyecto invade mis
atribuciones”, “este otro no se incluye en mi profesiograma”, “la escuela llegó
con 10 minutos de retraso”.
Y
respondimos tarde y tímidamente.
Las
convocatorias para participar en movilizaciones exigiendo la presentación con
vida de los normalistas fueron emitidas. Asistimos pocos, tan pocos…
Será
que las redes sociales de un tiempo para acá están bloqueadas en los equipos de
computo de nuestras oficinas (y no dijimos nada, porque “aquella compañera se
la pasa en el facebook”)... O será que estamos tan acostumbrados a mirarnos a
nosotros mismos, es decir; tan ciegos, que realmente creemos que “aquel compañero
llega tarde”, “ella quiere cambiarse de departamento”, “este proyecto invade
mis atribuciones”, “este otro no se incluye en mi profesiograma”, “la escuela
llegó con 10 minutos de retraso” es más importante que la vida de 43 jóvenes.
¿Cuarto momento?
¿Y cuando vengan por nosotros?
No
se engañe nadie; vendrán por nosotros. Y no lo harán como lo hicieron con el
SME o la CNTE, ni siquiera necesitarán presentarnos como “trabajadores
privilegiados” y enfrentarnos a la sociedad; no les implicaremos ni ese mínimo
trabajo.
Vendrán
por nosotros y lo harán poco a poco, aprovechándose de nuestras pequeñas
mezquindades.
Al día de hoy, empresas subcontratadas (con
trabajadores sin los mínimos derechos laborales) se encargan ya del aseo y
mantenimiento de los centros de trabajo. La figura del custodio ha desaparecido
en no pocos centros de trabajo, siendo sus funciones cubiertas por personal
externo o, en el mejor de los casos, agentes de la policía local. No es extraño
ver que en museos y zonas arqueológicas sean externos quienes se encarguen del
montaje museográfico de las exposiciones temporales. Cada vez más las visitas
extraordinarias (nocturnas o en días de descanso), en estos mismos centros son
cubiertas por personal externo (a veces disfrazado a manera de “voluntariado”).
Poco
a poco, cada área sustantiva para el funcionamiento de nuestros centros de
trabajo será sustituida por personal externo subcontratado a empresas de outsourcing. Las áreas administrativas,
de recursos humanos y financieras correrán a cargo de despachos contables. Los
servicios educativos o de promoción cultural irán a manos de empresas de
turismo cultural y agencias de publicidad...
Poco
a poco, iremos desapareciendo. Y nosotros, tan críticos, tan participativos,
con tanta conciencia social y solidaria; nosotros, aplaudiremos porque “aquel
compañero llega tarde”, “ella quiere cambiarse de departamento”, “ellos
trabajan menos horas que el resto”, “lo demás sólo envidian nuestro horario”,
“al otro departamento le dan más horas extras” y etcétera.
Y será, tal vez, que nos daremos cuenta de
lo que nos han hecho e intentaremos responder, un poco demasiado tarde.
Intentaremos
advertir a la sociedad que desaparecer a los trabajadores de base del Instituto
Nacional de Antropología e Historia no es sólo atacar a un grupo determinado de
personas y el sindicato en el que se agrupan, sino un paso más en el remate y
destrucción del patrimonio histórico y la memoria de nuestro país.
Y
tal vez entonces volveremos a salir a las calles. Y tal vez reaparecerá nuestra
tímida carpa bloqueando el acceso a las oficinas centrales del instituto... Y
gritaremos buscando el apoyo de los otros... Y sólo obtendremos la respuesta
del silencio.
Para entonces, todos aquellos que podrían apoyarnos; los
maestros de las escuelas públicas, los estudiantes universitarios, los
sindicatos democráticos. Todos ellos, lo mejor de la sociedad mexicana, habrán desaparecido.
Mario Stalin Rodríguez
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