Obviamente es demasiado pronto para saber
cómo continuará todo esto; al fin y al cabo sólo estamos viendo el principio. Excusándome
por el símil, si habláramos de un infante, el parto ni siquiera ha terminado.
Pero,
aunque esto recién empiece, como todo parto, tiene su historia detrás.
Tal vez todo empezó en Septiembre del año
pasado, cuando, en el marco de su tercer informe de gobierno, Enrique Peña
Nieto anunció la creación de la Secretaría de Cultura.
Tal
vez un poco antes, con el sistemático ahorcamiento presupuestal que ésta y las
pasadas administraciones habían aplicado al sector cultural... Como si buscaran
debilitar las instituciones culturales estatales, a fin de abrir la puerta a la
iniciativa privada para la administración de los bienes culturales y el
patrimonio histórico del país.
Tal
vez un poco después, cuando en Diciembre pasado se publicó el decreto de
creación de la secretaría, sin una ley reglamentaría o si quiera presupuesto
para su funcionamiento, más allá del que depredará de las instituciones
culturales que absorbe.
Al margen de lo cuestionable que, en
materia de política cultural, resultaba el decreto de creación y el funcionario
nombrado para encabezar la naciente secretaría, una de las primeras
consecuencias fue la indefensión en la que, de un día para otro, se encontraban
los trabajadores absorbidos por ésta.
La
mayor parte de las instituciones que pasaron a la administración o como
organismos desconcentrados de la Secretaría de Cultura, habían pertenecido a la
Secretaría de Educación Pública y, por tanto, las organizaciones gremiales de
sus trabajadores al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
No
era, obviamente, una relación fácil. Hablamos de organizaciones gremiales que
intentaron, desde sus orígenes, establecer una vida sindical democrática... Y,
si algo ha caracterizado al SNTE históricamente, es precisamente su aversión a
todo aquello que huela a democracia.
No,
no era una relación fácil, pero en distintos gradiantes, buena parte de las
organizaciones gremiales del sector cultural habían logrado conquistar una
relativa independencia de acción y, al menos en un caso, económica.
El
SNTE era, en algunos casos, una especie de sombrilla que las organizaciones
podían decidir utilizar para guarecerse de ciertas tormentas o como bastón al
andar... Y, como toda sombrilla, también era un estorbo para caminar
libremente.
De
un día para otro, la sombrilla desapareció...
Según un criterio legal aprobado por la
judicatura en materia laboral, un mismo sindicato no puede representar a
gremios de distintas secretarías de Estado. Por tanto, el SNTE, que representa
a los trabajadores de la SEP, no podría representar a los trabajadores de la
Secretaría de Cultura.
Si
bien hubo un acuerdo entre las autoridades de la naciente dependencia y el
dirigencia del sindicato, para que éste siguiera representando a los
trabajadores en tanto no existiera una organización sindical de la secretaría,
se entendía que esto era meramente temporal y no garantizaba, en lo absoluto,
el respeto a los derechos laborales y adquiridos.
Tocaba,
entonces, a los trabajadores el ir pensando en nuevas formas de organización y
figuras de representación para la defensa de sus legítimas conquistas...
Mario
Stalin Rodríguez
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