“Ara i aquí és el moment del poble.
No
serà nostre si no hi som totes.
És
part de tu, també és part de mi.
Viure
vol dir prendre partit”*.
Txarango
Agafant
l'horitzó
(Agarrando el Horizonte)
Ante todo, permítaseme la Excusatio non petita; no otorgo ningún
poder a las banderas, a las fronteras ni, en última instancia, a las naciones
como conceptos abstractos. Entiendo el poder del símbolo, pero estos, en
particular, no me representan ni los respeto.
Entiendo,
sin embargo, los procesos de conformación de las identidades colectivas y de la
apropiación de símbolos identitarios entre individuos, en cualquier otro
aspecto, confrontados.
En
este sentido, no me es difícil comprender que bajo la misma bandera se arropen,
en un momento dado, gente de izquierda y de derechas... Y entiendo, también,
que pasado el contexto determinado, la confrontación permanece.
Lo
que no entiendo es tratar de reducir los procesos históricos a un contexto
determinado y a la simplista oposición de una bandera con otra... A las
banderas debe oponerse la razón, nunca otra bandera.
Y será que de banderas y simplismos se
trata, en parte, todo esto.
Tratar
de reducir el largo conflicto catalán (y de otras regiones autonómicas de
España) a la actual oposición entre dos grupos de intereses económicos (ambos
plegados, más bien, hacia la derecha), habla, cuando menos, de un
desconocimiento de la historia de la península ibérica en general y, en
particular, de una defensa, no demasiado encubierta, de la ignominia que representó
(y aún representa) el franquismo para los pueblos españoles.
Aquí
el plural es pertinente; pueblos españoles.
La
conformación actual de la nación española no es un proceso lineal ni único.
Abarca multitud de experiencias, multitud de identidades, multitud de idiomas y
multitud de historias... No hay una España “grande y única”, sino muchas
Españas, cada una con su identidad y su historia.
Sin
embargo, la conformación actual de la identidad española pasa por el
vergonzante proceso de negar su diversidad, por decreto y mediante la fuerza.
No
se trata sólo del prolongado intento de negar la herencia árabe que dejaron
casi ocho siglos del Al-Ándalus en la
península ibérica, sino de las acciones que, desde el poder político, se han
tomado para perseguir y exterminar las identidades autonómicas.
Durante
el franquismo el expresarse en un idioma que no fuera el español era perseguido
y castigado con cárcel y tortura. Aún hoy, los intentos de las comunidades
autonómicas por recuperar sus identidades, historias particulares e idiomas,
son calificados desde la derecha española (no precisamente “heredera”, sino
simple continuación del franquismo) como prácticas para “romper la unidad de
España”.
Como
si la unidad sólo pudiera significar homogeneidad y no diversidad.
Es en este escenario en el que se da el procés que alcanzará su clímax con el referéndum
del 1° de Octubre y cuyo último capítulo, de momento, es la declaración de la
Independencia y República Catalanas del 10 del mismo mes, declaradas “en
suspenso” escasos segundos después.
Es
cierto, la administración encabezada por Carles Puigdemont representa una
derecha empresarial, cuyo principal interés en la independencia catalana es el
manejo de los recursos financieros y del boom turístico.
Como
cierto es que el referéndum convocado por éste adolecía de múltiples
limitaciones y grandes lagunas... Y cierto es que éste agrupó no sólo a quienes
apoyaban a Puigdemont, sino a colectivos que, en otros escenarios, serían sus
opositores... Tan cierto como que este apoyo poco o nada se debió al trabajo de
Puigdemont, sino a las acciones tomadas desde Madrid.
La
completa incapacidad de la derecha gobernante y de la vergonzante “izquierda”
representada por PSOE, que partieron de declarar “ilegal” el referéndum y
siguieron con confrontar directamente, no al gobierno autonómico, sino a toda
la población catalana, con el uso de la Policía Nacional como si de una fuerza
de ocupación se tratara; sólo logró agrupar a prácticamente todos los grupos
ideológicos catalanes en torno no a la idea de “independencia” como tal, sino
al derecho de los colectivos a participar de la decisión sobre su futuro.
A
ello debe sumarse el resurgimiento, no precisamente mayoritario, pero sí
particularmente notorio, de grupos neofascistas que, a lo largo de toda España,
enarbolan los símbolos e ideas del franquismo y una clase monárquica
anquilosada y cuyo tiempo (si alguna vez lo tuvo) pasó hace demasiado.
Son
ellos (y sólo ellos) quienes aplaudieron los toletes y las balas de goma que la
Policía Nacional utilizó, de nuevo, no contra los convocantes del referéndum,
sino contra civiles desarmados el 1° de Octubre (dejando casi un millar de lesionados).
El resultado no podía ser otro.
Más
allá de disuadir la participación ciudadana en el ejercicio, la represión y
exaltación del franquismo, sólo provocaron que ésta fuera mucho mayor a la que
los propios convocantes esperaban, con una mayoría abrumadora a favor del SÍ a
la independencia e instauración de una república.
Sin
embargo, los ánimos bélicos del palacio de la Moncloa, de la falsa izquierda,
de los fascistas y del anacrónico monarca, se han topado con la suspensión de
la declaratoria de independencia y la apertura de espacios para el diálogo y
los acuerdos.
Puigdemont,
por supuesto, sólo está siguiendo el guión que tenía marcado desde el principio
y éste obedece únicamente a sus intereses económicos y políticos... Sin embargo
y aún en contra de estos, el pueblo catalán salió a las calles y las tomó como
propias; sería de desear que no vuelvan a abandonarlas.
Porque
la voz de las calles es necesaria para que nunca más las banderas del fascismo
intenten enmudecer la historia, ni el grito de la gente se intente acallar con
toletes y balas de goma.
Mario
Stalin Rodríguez
* Aquí y ahora es el momento del pueblo.
No será nuestro si no estamos todos.
Es parte de ti, también es parte de mí.
Vivir significa tomar partido.
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